Acabo de terminar No nos dejan ser niños, escrita por Pere Cervantes.
Me la he leído en dos sentadas. Eso es buena señal para una novela policiaca o para cualquier otra. Aunque no lo aconsejo nunca en un libro de relatos. Son lecturas completamente distintas.
Esta novela en particular se me ha quedado pegada a las manos.
En ella se conjugan varios elementos que la hacen muy interesante. Por un lado, el hecho de que sea una mujer policía la protagonista principal: María Médem, una joven que acaba de reintegrarse a su puesto en la comisaría después de haber sido madre.
Por otro lado, que compartamos su vida diaria, que seamos partícipes de los malabarismos a los que se tiene que enfrentar cualquier mujer que desea compaginar su vida privada con la laboral. Es decir, la absurda situación de eso que llaman conciliación familiar. Una falacia, vamos.
La trama de la novela transcurre en Menorca, idílica isla hasta que aparecen un par de sexagenarias muertas, estranguladas, más o menos con los mismos parámetros: un fuerte olor a colutorio, un estrangulamiento ficticio y la música de la canción No nos dejan ser niños de Raphael, lo que mueve las alertas de la policía.
María, en ese momento, trabaja en la oficina de denuncias, alejada de lo que había sido su trabajo anterior, hasta que llegan los investigadores de Madrid, los de la Judicial, al mando de Roberto Rial, acompañado por Álvaro, investigador de la Brigada de Investigación Tecnológica.
Los tres se encargarán de la investigación de los asesinatos producidos y los que se van a seguir produciendo.
Otro de los personajes centrales es la suegra de María. Una persona manipuladora, borde, rencorosa que pretende hacer imposible la vida de María al instalarse en su casa.
Según los datos que se nos van desvelando, sabemos que es una mujer, una psicópata, la autora de los asesinatos. Página tras página, las relaciones de María con su suegra son estremecedoras, duras, cáusticas. Amparo tiene todas las características que se le achacan a la asesina y esto es lo que podemos llegar a pensar en algún momento. Aunque es demasiado obvio. Pero Pere Cervantes va jugando con esa obviedad para obligarnos a leer. Sólo un pequeño detalle, casi sin importancia, te hace pensar que puede ser otra persona la que comete los asesinatos. Un detalle que se te llega a olvidar si no estás atento a la lectura.
Ya no son solo los hombres los protagonistas de las novelas policíacas. En estos tiempos las mujeres han ido tomando importancia tanto en el lado, digamos legal, como en el contrario aunque, como comenta el autor, sólo un 10% de los psicópatas son mujeres. Este tipo de mujer es fría y calculadora. El modo de matar tiende al envenenamiento o estrangulamiento.
Lógicamente la novela está muy bien ambientada y documentada. La mente de un psicópata y sus razones para hacer lo que hace expuesta en la voz de ella misma y en las explicaciones del “profiler” la persona experta en perfiles criminales.
Las relaciones de María con su suegra nos muestran la cara que no solemos observar en los policías. En No nos dejan ser niños, Pere Cervantes hace hincapié en ello. A pesar del uniforme, son personas de carne y hueso que, en muchas ocasiones, deben contemplar su trabajo con una gran distancia para no verse afectados por él.
El perfil de los personajes está bien trabado. Por un lado, María, en el que convergen todas las posibles situaciones que se plantean en una mujer que acaba de ser madre, que tiene un trabajo estresante, una suegra manipuladora y debe, además, desenvolverse en una investigación junto al que fue su amante, lo que supone vivir al borde de la sensatez.
La suegra, toda una suegra, con un perfil odioso.
El investigador, Roberto Rial, el policía atractivo, duro, para el que todo en la vida es blanco o negro, sin términos medios, que vive por y para su trabajo.
Y la asesina, a la cual habrán de descubrir.
En definitiva, una buena lectura para olvidarte de que te has de levantar de la silla. Una novela de las que cierras con buen sabor de boca.
Pere Cervantes Diagnosticado por quien bien le conoce como un tipo nostálgico, tozudo por vocación y soñador, lleva casi veinticinco años pateando las calles de este país con una placa en el bolsillo, una pistola en la cintura y una mirada en modo grabación que le sirve, de primera mano, para crear sus novelas. Es lo que se conoce en el argot policial como un miembro de “la pringue”.
Pues me has animado, Elena: tengo un par de libros por terminar, y cuando lo haga compraré el e-book.
ResponderEliminarGracias por contarnos tu opinión.