No es el primer libro que leo de Miguel A.Zapata y no será el último, sin ninguna duda.
Creo que hay pocos escritores que se manejen en este género corto con la calidad que tiene él. Con el riesgo de escribir sin ataduras. Trabajando cada palabra, cada frase como un orfebre hasta lograr redondear una historia.
Ante la inminente riada que tendrá que destruir nuestra urbe hemos alzado, en torno a los barrios más periféricos, una muralla con los bebés venidos al mundo desde que supimos las primeras noticias de la devastación que habríamos de sufrir.
No es mal comienzo. Un mundo inquietante que se avecina en el resto de las páginas del libro. Hay humor negro, surrealismo, un poquito de crueldad, ternura, mala leche. Niños, hormigas, vuelos, música, formas de tomar el té. Todo lo necesario para que el libro se te quede pegado en las manos.
Ha ocurrido una tragedia: a una señora, en la farmacia, se le ha descosido un botón. No ha caído, no ha rodado, ha quedado así, desafiante, apenas colgado del hilo, en el límite innombrable en que las cosas nos retan y sin previo aviso se animan, sorprendiéndonos como fantasmas que vinieran de otro mundo a barrer las certezas del nuestro.
Es de agradecer, como ha comentado el autor, que hubiera perdido el manuscrito en su momento y tuviera que rehacerlo casi frebrilmente porque nos ha dejado para leer un conjunto de relatos apabullantes, mezclados con unas ilustraciones de su propio padre. Un libro del que todos los que nos dedicamos, de una manera o de otra, a la escritura de la narrativa en corto deberíamos leer para aprender, para mirar el mundo desde otra perspectiva.
Creo que hay pocos escritores que se manejen en este género corto con la calidad que tiene él. Con el riesgo de escribir sin ataduras. Trabajando cada palabra, cada frase como un orfebre hasta lograr redondear una historia.
Ante la inminente riada que tendrá que destruir nuestra urbe hemos alzado, en torno a los barrios más periféricos, una muralla con los bebés venidos al mundo desde que supimos las primeras noticias de la devastación que habríamos de sufrir.
No es mal comienzo. Un mundo inquietante que se avecina en el resto de las páginas del libro. Hay humor negro, surrealismo, un poquito de crueldad, ternura, mala leche. Niños, hormigas, vuelos, música, formas de tomar el té. Todo lo necesario para que el libro se te quede pegado en las manos.
Ha ocurrido una tragedia: a una señora, en la farmacia, se le ha descosido un botón. No ha caído, no ha rodado, ha quedado así, desafiante, apenas colgado del hilo, en el límite innombrable en que las cosas nos retan y sin previo aviso se animan, sorprendiéndonos como fantasmas que vinieran de otro mundo a barrer las certezas del nuestro.
Es de agradecer, como ha comentado el autor, que hubiera perdido el manuscrito en su momento y tuviera que rehacerlo casi frebrilmente porque nos ha dejado para leer un conjunto de relatos apabullantes, mezclados con unas ilustraciones de su propio padre. Un libro del que todos los que nos dedicamos, de una manera o de otra, a la escritura de la narrativa en corto deberíamos leer para aprender, para mirar el mundo desde otra perspectiva.
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