Pilar Adón es una escritora fiel a sí misma, ajena a las
modas literarias y a los lugares comunes, características que se aprecian en
sus publicaciones, no importa que sea poesía, novela o cuentos.
“La vida sumergida”. es un libro con trece relatos de distinta longitud pero de parecida intensidad.
Los cuentos se inician de manera casi abstracta, con cierta
inocencia. A través de la narración Pilar te va llevando con sutileza,
introduciéndote en un determinado ambiente, en la vida o en la calmada
actividad de un personaje, hasta que desvela con igual sutileza su verdadera
naturaleza. Los personajes son cualquier cosa excepto lo que parecen, aunque en
todos convive la necesidad de encontrar la felicidad, de aislarse o de huir de
situaciones que les sobrepasan. Quieren huir, alejarse y, sin embargo, se
quedan, incapaces en muchas ocasiones de enfrentarse valerosamente a su
destino. De esta manera se enfrentan al vacío y a la sumisión.
Sumisión y fragilidad en la infancia, como en el relato
“Recaptación” o “La nube”
“Pero ahora había perdido la apacibilidad y se resistía a
someterse a la resignación”
“El mundo se había convertido en un hueco y ella estaba
metida en el hueco”
El aislamiento y el miedo son dos factores que vehiculan
algunos de los relatos.
Y el tiempo que siempre parece detenido, pendiente de la indecisión de los protagonistas.
Y el tiempo que siempre parece detenido, pendiente de la indecisión de los protagonistas.
Los distintos escenarios donde se desarrollan los cuentos son
atemporales, subyugantes, intensos y con
un poderoso significado: son mansiones, casonas antiguas, centros de
internamiento o colonias en plena naturaleza, una naturaleza que es hostil, que
no está creada solo para la contemplación. Una naturaleza que nos recuerda a
las escenas de “Las efímeras”. La utopía de la vida sin artificios mundanos, en una comuna rusa inspirada en la Yasnaia Poliana
de Tosltói que lo acaba ahogando.
Todos estos ambientes opresivos,
aislados y silenciosos quedan enriquecidos con detalles certeros gracias a su
mirada especial, como si ésta se
convirtiera en una cámara de cine que nos traslada a través de los escenarios a
los rostros de los personajes y su comportamiento. En estos entornos los personajes muestran la
debilidad humana, la frustración, el dolor, la ira, la venganza, la búsqueda
del perdón o el sometimiento casi enfermizo y ambiguo a alguien cercano,
generalmente sucede entre hermanos o hermanas. Como en el inquietante relato
“Pietas” que abre el libro:
“Así que le pidió a Brígida que se muriera. La única manera
de conseguir una identidad personal. Y días después, Brígida estaba muerta”
O en el de “Vida en colonias”
“Al fin y al cabo, la vida de las abejas también era una vida
de esclavitud. Y a ella le gustaba dejarse convencer por los razonamientos de
su hermano”
O en el otro, también turbador de “Virtus”
“Cuando lo que de verdad quería decirle era que, en su
opinión, ya se le había exigido todo lo que se le podía exigir a una hermana
que se había trasladado hasta allí para pedir perdón. ¿Es que reclamaba aún más
venganza?”
Es también
destacable el cuento titulado «La primera casa de la aldea», una reconstrucción
del cuento infantil sobre el miedo al lobo convertido en angustia y espera.
Algunos de estos personajes se refugian en la lectura y en la
música, que son dos de los mejores refugios para el ser humano. Como sucede en
los buenos cuentos, el lector debe rellenar lo que no se dice, lo que tan solo
se sugiere. La autora confía en que nuestra intuición solvente lo que ella no
narra con el resultado de un constante desasosiego hasta finalizar la lectura a
sabiendas de que todo va a encajar a la perfección.
Pilar tiene la gran maestría de mostrar en una sola frase
toda la intensidad del cuento. En algunas ocasiones son frases cortas que nos
demuestran la crueldad del ser humano. O diálogos magistrales.
Todos los relatos mantienen un estilo uniforme, alejado de
las estridencias, sin una palabra que sobre, sin nada que nos aleje de la
lectura. Su estilo es impecable, lírico, como un bordado donde no se distinguen
las puntadas, sin dejar de ser afilada y muy incisiva. Hay una atención
permanente a la sonoridad de las frases, a todo el conjunto del relato lo que
constituye un ejercicio de pura literatura.
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