El primer libro que
leí de Ovidio Parades fue “Carver y el metro de Berlín”, un magnífico libro de
cuentos lleno de sensibilidad y literatura.
El tiempo que
vendrá fue publicado en 2012. Por suerte, los libros no caducan. Esta novela
dividida en seis capítulos es la narración de un hombre que mira hacia atrás al
cumplir los cuarenta años. Una historia de superación en una época muy oscura
de este país.
Con la perspectiva
que concede el tiempo, el narrador nos ofrece una visión de su infancia y adolescencia.
Los años de la infancia se mezclan en nuestra memoria,
diferenciando siempre dos cosas, dejándolas muy claras: las buenas y las malas.
Entre esas malas y dolorosas está el
reconocimiento de la homosexualidad. Aquel tiempo pasado en el que los chicos
recibían un trato cruel en los colegios, en especial, en aquellos de profesores
y curas cómplices e instigadores contra los que no se adaptaban al régimen
cuartelario de la educación de la época franquista, llena de represión e
hipocresía.
Qué fácil puede ser la destrucción de un ser humano.
El descubrimiento del amor, el dolor que
provoca cuando se es manipulado, lo que dura ese dolor y su recuerdo y la
depresión a la que conduce de la cual parece que nunca se va a poder salir.
Hablar de la depresión como de la homosexualidad eran tareas bien complejas en una época en que casi todo lo que no entraba dentro de unas leyes, era tabú y peligroso.
Mi madre, con esa naturalidad que
solo poseen las mejores madres
En toda la narración hay un constante agradecimiento a esa figura siempre presente, siempre al lado, siempre comprensiva y que le ayuda a superar el dolor. Las figuras femeninas forman parte de ese pequeño universo que protege al protagonista de los días en los que sufre por lo que debe soportar en el colegio.
Perplejidad que nos provoca esta situación y el miedo que también
nos invade ante el hecho de contárselo a nuestros padres. Como si fuésemos
monstruos.
Podríamos decir que buscamos y esperamos, y que, lo que hay entre medias, ese pequeño trozo de vida, son las pequeñas satisfacciones que nos proporcionan las otras cosas. Algo así.
Otra de las facetas relevantes de esta novela son las descripciones, la ambientación de los lugares donde se desarrollan los momentos más importantes de la vida del protagonista: la frialdad de los pasillos del colegio y la sensación de soledad que se percibe, frente a la calidez del hogar, la protección y los aromas que desprenden las cocinas donde se cuece el amor y las confidencias; el olor de los hospitales y la sordidez de los locales, de los cuartos oscuros donde se busca sexo rápido. Todos ellos importantes para comprender la personalidad del protagonista.
Una novela de apenas 116 páginas que nos
traslada a un tiempo, no tan lejano, en un país que ha ido cambiando lentamente.
Una novela humana que se lee con mucho agrado.
La vida, ay, en todo su esplendor y su decadencia
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