No hay nada mejor que leer un
libro que se te queda pegado a las manos. En mi caso, es indiferente si se
trata de una novela, de un libro de cuentos, uno de poesía o de
microrrelatos. Lo que me satisface es la
lectura en sí misma y llegar al final con satisfacción.
Y esto es lo que ha sucedido con
la novela “La cajita de rapé” de Javier Alonso García-Pozuelo.
Novela policiaca ambientada en el
Madrid de 1861, durante los últimos años del reinado de Isabel II.
El protagonista es el inspector
Benítez, cuyas aspiraciones al puesto de inspector especial de vigilancia
sobrevuelan durante toda la novela. Un hombre honrado cuya vida se ha visto
afectada en más de una ocasión por los vaivenes de la política. En los momentos
actuales gobierna la Unión Liberal, liderada por el general Leopoldo O`Donnell,
cuya gestión se encuentra muy afectada por las deserciones dentro de su propio
partido y el sentimiento de la calle, que ve cómo los gastos desproporcionados
en una guerra inútil socava la economía del país.
Y es en este momento cuando se
produce un primer asesinato. El de una sirvienta de una rica familia del distrito
de La Latina. Al mismo tiempo, se descubre el robo de una cuantiosa cantidad de
dinero en la casa familiar. Estos hechos obligan al inspector Benítez, ayudado
por un equipo de colaboradores que, dados los escasos medios de la época, van
solventando la investigación a base de carreras por la ciudad o desplazamientos
en coches de punto. La investigación se irá complicando con un segundo asesinato
y la complicidad de unos cuantos personajes turbios. El caso, al que se conoce
con el nombre de las Alcarreñas, convertido en la comidilla de la ciudad,
obliga al inspector Benítez a una investigación contrarreloj.
La ambientación de la novela es
magnífica. Javier muestra las dos sociedades dentro de una misma ciudad. Los
ricos, por una parte, en las casas bien, donde convivían el servicio y los
señores. Convivencia sin mezcla, claro está. Los señores, asiduos a los locales
de prostitución y juego. Las señoras, como siempre, a casarse bien y cerrar los
ojos ante las costumbres masculinas. La hipocresía de la época. La salvaguarda
del “buen nombre” de la familia. Los amoríos de unos y otros. Dos Españas que tardaron en desaparecer.
La novela es trepidante en
algunos momentos. En otros, en especial cuando se centra en la parte histórica
y personal de algunos de los protagonistas, nos da un respiro. Es entonces
cuando podemos disfrutar de un paseo por el Madrid histórico, entre sus gentes,
sus costumbres, sus establecimientos, sus tradiciones, sus recetas de cocina, los
oficios ya desaparecidos, como el de mozo de cordel, el de sereno, farolero o el de
cochero. Javier maneja con soltura el lenguaje de la época, las expresiones que
utilizaba el pueblo llano o los señores de bien. En resumen, un recorrido
impresionante por una ciudad cambiada. Incluso para quienes no somos de Madrid
y hemos podido disfrutar de ella.
Para ser su primera novela creo,
sinceramente, que está mucho más que lograda, teniendo en cuenta el cuidado que
ha puesto en los detalles tanto en la parte histórica como en la policíaca, de
manera que ninguna de ella chirríe por falta de precisión. Un trabajo de documentación impresionante.
Solo me resta preguntarle al
autor qué es el “arroz a la valenciana” que pudo haber cenado Lorenza, la
muchacha asesinada.
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