lunes, 5 de junio de 2023

LA PRIMERA MANO QUE SOSTUVO LA MÍA - Maggie O'Farrell


 Y olvidamos porque es preciso. 

Cita importante para la lectura.

 


Desde el principio de la novela, Maggie O'Farrell te introduce en la historia, en el mismo escenario donde vamos a conocer a Lexie, una de las dos protagonistas. Hay un narrador omnisciente, preciso durante toda la narración, como si una cámara de cine estuviera en constante seguimiento de sus vidas, recreándose en los mínimos detalles, como si viéramos las escenas a través de sus propios ojos.

Las dos protagonistas: Lexie y Elina viven en dos décadas distintas aunque iremos comprobando que sus vidas están entrelazadas.

Lexie, una chica que se escapa de su hogar en un pueblo de Irlanda del Norte y se afinca en Londres en los años cincuenta. En la otra década, posterior, está Elina, una artista finlandesa afincada también en Londres y que acaba de tener un niño después de un parto muy complicado. Tras él, Elina se encuentra en un estado de extrañeza y desubicación completo sin llegar a encontrar su lugar en ese mundo nuevo, con un niño al que parece no reconocer como hijo suyo.

Las dos historias, la de Lexie buscando su sitio en Londres, construyendo su nueva vida y la de Elina tratando de mantenerse después de una recuperación lenta se van solapando a través de las páginas. Lexie con su libertad de acción, Elina, todo lo contrario, sometida a los dictados de un bebé, sin poder pintar e intentando conciliar la maternidad, el matrimonio, la comunicación con Ted, su marido, y todo el caos doméstico que supone la llegada de un bebé.

Pero, poco a poco, la historia va centrándose en Ted. La paternidad le descubre imágenes extrañas en su cerebro. Imágenes que son como destellos que desaparecen y no consigue saber ni de dónde provienen ni a qué se deben. Parecen recuerdos de su propia infancia producto, sin duda, de su nueva paternidad como si todos los nuevos sentimientos hubieran removido algo en su interior.

A lo largo de la novela se deduce claramente que hay un importante nexo entre ambas historias: Elina tiene un bebé y Lexie, cuando le corresponde, también se convierte en madre, aunque hay que esperar un poco a que se desvele. A partir de ese momento, todo resulta comprensible.

Maggie O’Farrell analiza a la perfección los sentimientos que la maternidad descubre. La complejidad que supone y que nunca solemos tener en cuenta porque nos parece lo más natural traer un ser humano a este mundo. El lazo indisoluble de la madre con el bebé. Como dice Lexie, es como un ovillo permanente que se va estirando durante el día, cuando madre y bebé se separan, y se va recogiendo con impaciencia cuando ambos se reencuentran.

La maestría de la autora para conectar ambos mundos es extraordinaria.

Sí que hay un momento, casi en el último cuarto de la novela, que la narración se ralentiza. En otros, sin embargo, en los párrafos relativos al hijo de Lexie que se acelera. En ese aspecto, es algo irregular.

Por lo demás, no es una novela para devorar, ni de las que te dan puñetazos. Es una novela conmovedora, delicada, llena de descripciones precisas sobre los personajes, sus miedos, sus contradicciones y sus deseos.


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